por Priscila Lucia Renteria Torres
En algún momento
nos hemos preguntado si el trabajo que hacemos de enseñar es valorado por
aquellos a los que con gusto y dedicación ofrecemos nuestro conocimiento, si
los lazos que hacemos en nuestro camino no son permeables y esos saludos y
felicitaciones que enviamos y recibimos son más que palabras cordiales… Pues
bien, en las anteriores semanas tuve la oportunidad de comprobar que
ciertamente no estamos solas, que el esfuerzo que hacemos y que vinieron
haciendo otras en este andar sí tiene sus recompensas y que van más allá de lo
que habíamos imaginado.
Cuando pensamos en
los infortunios que suelen aquejar nuestra profesión podemos sentir coraje,
tristeza, impotencia, debilidad y/o nostalgia, más cuando se trata del
bienestar del estudiante. Junto a mi hombro tuve el honor de conocer a otras
hechiceras del estudio y saborear las pócimas del conocimiento que vienen
mezclando para tener éxito dentro de sus múltiples recintos generalmente somnolientos.
-Yo cambio el tono
de la voz- decía una guía, -yo, bajo un poco el clima para que no se duerman-
comentó otra, -a mí me resulta de repente verlos a los ojos y ser un poco
intimidante para que recuerden que los vigilo- finalizó otra hechicera; eso me
obligó a analizar los métodos que usamos para lograr el objetivo que es el
entendimiento.
Al mismo tiempo, no
sólo nos encontrábamos hablando de lo que ocurre en nuestros recintos, si no de
algo más profundo, nuestras vidas, pudimos conectar sobre intereses, gustos,
familia, amistades, ingredientes de cocina y modo de preparar hasta el pozole,
y entre risas y suspiros penetramos en el ánima,
pudimos entender nuestro yo en
diferentes niveles, nuestros arquetipos educativos de aquellas antecesoras y la
vocación trascendental de la hechicera que mostró como una imagen fija la
paciencia, sacrificio y tolerancia.
Sin embargo, este
intercambio tan favorable de hechizos se veía perturbado por una sombra fuera
de nuestro alcance. La palabra decisión en lo personal no me es grata cuando se
trata por una parte del deber hacia el conocimiento y por otra del derecho
colectivo al fruto que nos permite pagar las cuentas. La decisión se tomó y por
una gran parte aplaudimos volver con los pupilos y seguir llenando sus mentes
de ideas revolucionarias que les permitirán alzarse ante el mundo y decir yo soy; pero, por otra se decidió
también dejar a un lado las necesidades personales y tomar nuestros libros de
poderosos encantamientos, la rama de la escritura, y el pintarrón cual cazo en
el que vaciamos todo hasta desbordar la sustancia creadora de maravillas.
Y al regresar, ¡ah!
Otra vez ese brinco en el corazón de volver a hacer lo que amas hacer, de
aventar conjuros que envuelvan al menos a uno de ellos y tenga el poder
suficiente para abrir sus ojos. Es entonces cuando en grupo te saludan
alegremente y ellos envían un encantamiento que te hace estremecer la espalda,
erguirte involuntariamente y darte cuenta en ese preciso momento que tú eres la
aprendiz, - ¡Profesora, qué gusto poder volver a verla! Tengo libros y videos
que quiero compartir con usted- dice uno, - Leí un artículo que me resultó
interesante y me gustaría mostrarle lo que analicé- agrega otro, - ¡Hay
profesora!, ¡qué bueno que ya regresamos! – enfatizó alguien más. Y es ahí,
cuando me di cuenta de que el método puede ser simplemente nuestra presencia en
el aula, los vínculos que formamos sin darnos cuenta con aquellos que nos
perciben atentamente.
Pasamos tantas
horas ensimismadas en nuestro hacer automático que olvidamos el entorno en el
que nos encontramos, que olvidamos con quién colaboramos y olvidamos que somos
los eslabones de muchas cadenitas, olvidamos no sentirnos solas.
Querida Priscila, gracias por compartir los hechizos y pociones vividos en ese tiempo difícil en Educación. Eres un ejemplo a seguir.
ReplyDelete